El Castillo de Monteagudo fue erigido hace más de mil años, probablemente por los árabes que poblaron el valle del Ebro. Desde entonces, rodeado por la Villa de Monteagudo, domina el valle del Queiles, que se extiende entre las nieves del cercano Moncayo y el Ebro salpicado de olivares, viñedos y cereal, los mismos productos que ya cultivaban los romanos en estas tierras. Fortaleza fronteriza, enclavada en el vértice de Navarra, Aragón y Castilla, ha sufrido incontables asedios y batallas que han obligado a sucesivas reconstrucciones, la última de ellas en el siglo XVIII tras la Guerra de la Sucesión.

Las viejas crónicas nos hablan de la resistencia que la guarnición árabe del castillo opuso a Alfonso el Batallador cuando “en la segunda década del siglo XII realizó su victoriosa carrera por ambas márgenes del Ebro; muy primitivo y casi inexpugnable hubo de sucumbir ante la razón del más fuerte y el más tenaz”.
El Castillo de Monteagudo ha sido testigo de importantes acontecimientos históricos, como la firma del tratado de paz y asistencia mutua entre el rey Teobaldo II de Navarra y Jaime I de Aragón.
En 1429 los reyes de Navarra, doña Blanca y don Juan, hicieron merced del señorío y el Castillo de Monteagudo a mosén Floristán de Agramont en atención a los servicios que había prestado “en Sicilia, Castilla, Navarra y en otras partes del mundo”. La hija de mosén Floristán y su esposa, Violante de Agramont, casó con Guillaumes de Beaumont, uno de los líderes de la facción beaumontesa durante las guerras civiles que asolaron Navarra durante el siglo XV. Por descendencia el señorío de Monteagudo pasó a la familia Magallón, que fue distinguida con el marquesado de San Adrián en 1696.



A principios del siglo XVIII, durante la guerra de la Sucesión el Castillo de Monteagudo sufrió importantes daños a manos de los aragoneses, partidarios de archiduque Carlos, por lo que en 1667 el marqués de San Adrián decidió reconstruirlo completamente. Contrató para ello a Josef Marzal, uno de los más prestigiosos maestros de obras de la Ribera de Navarra, a quien se debe la forma y estructura actual.
Durante el siglo XX el castillo de Monteagudo volvió a sufrir grandes deterioros y amenazaba con desplomarse sobre las casas del pueblo. El XIV marqués de San Adrián, José Luis Sanz-Magallón y Hurtado de Mendoza, acometió una importante modernización y rehabilitación que ha permitido que llegue a nuestros días en perfecto estado.